La fiesta de los toros no es un espectáculo al uso, su grandeza radica en ser un trance entre la vida y la muerte.

MIGUEL VEGA





LA VOZ DEL AFICIONADO







EL  SEGUNDO  CONSECUTIVO. Septiembre de 2009.


TEMPORADA  2009  DE  CURRO  DÍAZ (ANTE  EL  


COMPROMISO  DE  LINARES) Agosto de 2009


VINDICACIÓN DEL TORERO CURRODÍAZ TRAS SU PASADA ACTUACIÓN EN LAS VENTAS. Junio de 2008.


HUBO UNA TARDE EN GRANADA...Mayo de 2008.


CARTA ABIERTA A CURRO DÍAZ A PROPOSITO DE........ Mayo de 2007.


EL DISCÍPULO CONTRA EL MAESTRO. Abril de 2007.


CURRO  DÍAZ,  TORERO  LORQUIANO. Febrero de 2006.


VOLVER A SER CURRISTA. Octubre de 2005. 




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EL  SEGUNDO  CONSECUTIVO


8 toreros, 18 toros. Cada espada mató dos ejemplares, salvo Enrique Ponce, que estoqueó cuatro, y Curro Díaz, que sólo pudo despachar al primero de su lote. Finito de Córdoba, que mató al segundo ejemplar de Curro, cuadra la estadística porque al cuarto de la tarde lo dejó vivo. Éstas son las cifras –como obtenidas en una tirada mágica de dados- que ofreció la Feria de Linares en su edición de 2009.


Un trofeo en liza: el trofeo Manolete a la mejor faena de la Feria. Aparentemente, el que menos opciones tenía de ganarlo era Curro Díaz. ¿Sólo porque mató un único toro? Objetivamente, sí. Pero, subjetivamente, también se enfrentaba a muchos otros condicionantes. Repasemos algunos.


De los ocho toreros que pisaron el ruedo del coso linarense, Curro Díaz era –con diferencia abrumadora- el coleta que menos actuaciones había sumado en la temporada: solamente 11. Venía, por tanto, con menos rodaje que sus compañeros.


El cartel en el que se anunciaba estaba centrado en la figura por antonomasia del toreo actual: el diestro José Tomás. Máxima expectación, pues: tarde de “no hay billetes”, tendidos colmados hasta el aglutinamiento, aficionados llegados desde todos los rincones del país, predisposición del público –o de los públicos- hacia la presencia, sin duda romántica y enigmática, del torero de Galapagar…


La tarde de Tomás en Linares fue, por añadidura, magistral, inspirada y versátil; hasta el punto de cortar cuatro orejas por dos faenas muy diferentes en intensidad y estética. La plaza piropeaba sin cesar al maestro madrileño, que paseaba los trofeos vestido con ese traje rosa y oro que siempre reserva para la Feria de San Agustín, como un homenaje cíclico y personal a Manolete.


Vistas las circunstancias, que Curro Díaz consiguiera el trofeo Manolete en esta Feria se antojaba poco menos que milagroso. Y el milagro se hizo. ¿Qué toreo no haría el de Linares para que el prestigioso trofeo fuera a parar, por segunda vez consecutiva, a sus manos prodigiosas? Este hecho, tratarse del segundo consecutivo, desecha cualquier suposición de favoritismo por motivos de paisanaje: se le entregó el año anterior; no había por qué volver a concedérselo de nuevo este año.


En la Feria de San Agustín de 2008, Curro Díaz saldó su comparecencia cortando cuatro orejas. Fueron dos faenas muy bellas, aunque quizás la primera fue premiada con excesiva generosidad; en cualquier caso, ese primer trofeo Manolete fue contundente y tampoco hubo dudas a la hora de su concesión, no reflejó ningún tipo de favoritismo. Cuando el arte arrolla, tituló, en el semanario Aplausos, José Luis Benlloch la entrevista que le hizo al matador días después.


Yo vi las dos faenas de aquella tarde, y me emocionaron –como emocionaron al maestro José Fuentes, presente en el callejón aquel día y que tuvo la sensibilidad de acercarse a las tablas para felicitar cariñosamente a Curro-. Pero la faena, única, de este 29 de agosto de 2009 consiguió arrebatarme; ya no me brotaba el ole íntimo, sino que mi garganta estallaba en gritos de entusiasmada felicidad: qué torería tan especial, tan delicada, tan acompasada, tan jonda –Curro es jondo-, tan abandonada, exhaló el artista de Linares desde el brindis al público hasta el saludo final en el centro del ruedo, con el toro ya patas arriba y la mano diestra manchada de sangre brava.


Las faenas de José Tomás arroparon a la de Curro –una antes y otra después- como para engarzar en oro el deslumbrante rubí de color rojo que supuso ver torear a Curro Díaz esa tarde de grana y oro.


Comparativamente hablando, esta faena superó a cualquiera de las que se realizaron en la Feria, pero también a cualquiera de las dos que el propio Curro llevó a cabo en la edición anterior y que le valieron el trofeo Manolete. Algunos aficionados opinaban que era la mejor faena de muchas Ferias atrás, y yo estoy convencido de ello a pesar de que el toro no sirviera por el pitón izquierdo y el linarense no pudiera explayarse al natural… ¡Pero qué embrujo en los redondos –sí, fueron verdaderos redondos- y en los remates! Me llegó muy adentro un trincherazo con una flamenquería y una estética de misterioso escalofrío.


La estocada fue el digno remate a tal obra. No hubo demoras para cuadrar al colorao de El Pilar; el toro le pedía la muerte y Curro se tiró arriba para clavar el acero con fulminantes consecuencias. De nuevo volaron algunos ramilletes de romero en la vuelta triunfal, hábito que comienza a adquirir el cariz de inevitable cuando Curro Díaz torea.


Aún no hemos comentado la causa por la cual Curro sólo pudo estoquear al primero de su lote: porque a punto estuvo de perder la vida en el sexto de la tarde, aunque suene trágico. Al segundo lance de capa, quedó al descubierto: el cornúpeta le hizo un extraño, no obedecía al toque, el torero dudó tratando de adivinar –o de intuir- hacia qué lado debía ofrecerle el engaño, perdió el capote y se quedó a merced de la bestia, que lo embistió de frente arrollándolo de manera pavorosa. Cayó a la arena sin sentido y nadie supo si había sido corneado; quedó allí, inerme, mientras se llevaban a la fiera. Ya en la enfermería, comprobaron que los pitones no habían traspasado su cuerpo: había perdido el conocimiento debido al traumatismo producido por el impacto brutal en la cabeza y en el pecho. Aseguran que se tragó la lengua y que, cuando volvió a la consciencia, había perdido la memoria, que no recordaba nada.


Tarde de cara y cruz para Curro Díaz, de faena sublime y de cogida terrorífica, de muleta extasiada y de testuz impactante, de luminosa vuelta al ruedo y de luz aséptica en la enfermería, de armonía y de violencia, de olés y vítores a teléfonos móviles pegados a la oreja, de goce e inquietud, de nobles embestidas y de acometida infame, de belleza sutil y de denso patetismo, de claveles por la arena a la solitaria zapatilla olvidada del torero herido… tarde de toros en Linares.


Cesaron las escenas dramáticas cuando Curro despertó en la enfermería: no sabía qué hacía allí, lo acontecido aquella tarde se había borrado de su memoria. No recordaba el percance, ni el galope terrible del toro embistiendo directamente contra su pecho, ni el vuelo angustiante por encima de la cornamenta del animal. ¿Acaso también se disiparon en su mente los muletazos al tercero, esa expresión de sentimientos, esa creatividad mientras se iban sucediendo los pasajes, ese arte sincero y de una plasticidad fascinante? Confiemos en que no sea así y el torero conserve plena memoria de una de las más hermosas faenas de su carrera, la que le proporcionó el segundo trofeo Manolete consecutivo, un trofeo con indudables tintes históricos por todo lo que hemos venido relatando. De lo contrario, el castigo que le infligió el último astado de El Pilar habría sido demasiado severo: arrebatarle al artista la satisfacción de su propia creación.



                      Miguel Vega, septiembre de 2009.


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  TEMPORADA  2009  DE  CURRO  DÍAZ


(ANTE  EL  COMPROMISO  DE  LINARES)


En 2009 comenzó la temporada en el nevado febrero de Valdemorillo, para anticipar, en pleno invierno, las verónicas primaverales con que recibió a su primer enemigo. Después, mucho campo hasta Sevilla –inimaginable la belleza de un tentadero a campo abierto en la ganadería de Manolo González, filmado por un aficionado-. El 18 de abril salió Curro a la Maestranza vestido con el mismo traje que tan mala fortuna le reportó el año anterior ante los toros de Juan Pedro Domecq: espuma de mar y oro. En esta ocasión pudo resarcirse, y toreó, como él sabe hacerlo, con el capote y con la muleta al cuarto toro de La Dehesilla. Fue una faena especial, de tintes líricos al son de Suspiros de España –su pasodoble en la plaza de Sevilla-, abruptamente interrumpida por una tremenda voltereta y una fea caída que dieron lugar a la estampa trágica de un torero semidesmayado sobre el albero. Pero era una tarde mágica y Curro se sobrepuso para volver a ligarle muletazos sublimes a un toro que se apagaba. Pinchó en el primer intento, clavó el estoque al segundo y, con una oreja de ley en su mano, dio una clamorosa vuelta al ruedo.


Su paso por Madrid fue gris en una tarde extraña: la corrida de Los Recitales no sirvió –ganado protestado de salida y de contagiosa sosería-, Díaz se llevó el peor lote y, por añadidura, empleó mal los aceros. Personalmente, creo que son necesarios los claroscuros en las actuaciones de un artista excelso como él: lo motivan para siguientes compromisos y logran el efecto de que brillen con más fulgor ese puñado de faenas que acaban conquistándonos y dejándonos un poso de emociones perdurables.


Acudí a verlo a Osuna cinco días después y no esperó mucho tiempo Curro para reconciliarnos de nuevo con su tauromaquia. A su primer toro lo lanceó a la verónica con un desmayo, con una flamenquería, con una despaciosidad mística, con un no sé qué inefable que retumbaba en nuestros estómagos –o, al menos, en los de aquellos que sentimos el toreo con todos los poros de nuestro cuerpo-, que relegó todo lo demás a mera lidia y muerte de animales no muy sobrados de bravura y algunos de ellos con querencia a las tablas.


Repite en Madrid, el 21 de junio, con apenas espectadores en los tendidos, y realiza una labor verdaderamente inspirada ante un astado de Guadaira algo tardo y que se quedaba muy corto por el pitón derecho. Curro se llevó la muleta a la izquierda y al día siguiente apareció en la portada del semanario taurino Aplausos junto al titular: Madrid. Curro Díaz borda el toreo al natural. Por si a alguno de los que no tuvimos la suerte de presenciarlo nos quedaban dudas, el martes 23, Ignacio Ruiz Quintano publicaba un artículo en ABC que comenzaba con esta convencida aseveración: El domingo, en Las Ventas, cuatro gatos y un chino vimos el arte más caro de todo el año taurino: lo hizo un linarense de nombre Curro Díaz, privado de la oreja por un presidente sin afición… Las fotos de un Curro Díaz vestido de grana y oro que ilustraban la crónica de Aplausos eran de tal belleza que no había más remedio que creer en las palabras de Ignacio Ruiz Quintano, y eso que las escribía después del gran acontecimiento de la faena de Luis Francisco Esplá en San Isidro, también embutido, por cierto, en un terno grana y oro –caprichos del arte-… La única y gran diferencia estriba en que de la faena del torero de Linares apenas se enteraron un puñado de aficionados que acudieron a la plaza de Las Ventas esa tarde de verano.


Arrancó sendas orejas a sus dos toros en Collado Villalba; regaló una sinfonía cromática en Azpeitia –bruma del Norte, cenicienta arena, figura pálida, diáfana, etérea, la de Curro Díaz en su elegante trasteo vestido de espuma de mar- y enamoró al público de la Monumental de Barcelona con su faena al cuarto, premiada con una oreja por la lentitud de su toreo en redondo, por el sabor del trincherazo, por la lentitud de los remates de pecho…


Tras la cita de Baeza, la plaza de Linares lo espera para verlo hacer el paseo nuevamente con José Tomás, en la que, probablemente, sea la tarde más importante de la temporada para Curro Díaz. Allí, con la plaza atestada de un público proveniente de todos los puntos de España, recibirá, ante el mito, su flamante trofeo Manolete… Instantes de gloria para una corrida que se augura memorable.




             Miguel Vega, agosto de 2009.


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VINDICACIÓN  DEL  TORERO  CURRO  DÍAZ  TRAS  SU  PASADA ACTUACIÓN  EN  LAS  VENTAS


Es  alarmante la ceguera que viene demostrando la crítica taurina de un tiempo a esta parte. Este oficio es algo muy serio, y no todos los que se dedican a escribir en la prensa parecen entenderlo así. El caso de la corrida celebrada el 28 de mayo en Madrid es sintomático. No se puede aseverar mayor número de disparates acerca de la actuación de un torero: Curro Díaz.


Los comentarios en directo de Manolo Molés y el torero Antoñete enjuiciando la labor de Curro Díaz se me antojaron bastante coherentes, esto es, que coincidían en mayor o menor grado con lo que contemplábamos en las imágenes televisadas. Sin embargo, al revisar la prensa escrita al día siguiente, no pude salir de mi asombro ante las opiniones vertidas en algunos de los diarios más importantes del país.


Javier Villán, en El Mundo, acusa a los tres toreros de ser incapaces de demostrar torería, y tilda de nefasta la actuación de los tres. ¿Los tres toreros dieron la misma sensación en el ruedo? Creo que Curro Díaz estuvo muy por encima de su lote y torerísimo toda la tarde. ¿Acaso no lo vio Javier Villán lancear a la verónica con empaque, temple y sentimiento, ni rematar con tres medias en el centro del ruedo? ¿Acaso no supo paladear la exquisitez de los redondos, a pesar de que el toro se marchara al final de cada muletazo? ¿No apreció el aguante, sin descomponerse en ningún momento, del torero para intentar ligarle los muletazos al incierto quinto de la tarde, que embestía a oleadas?


Su compañero de El Mundo digital, Lucas Pérez, vio un bajonazo (estocada baja, escribe él) en el volapié al quinto de la tarde. Estoy pensando en enviarle una foto de dicha estocada, publicada en el portal taurino Burladero, donde se aprecia exactamente la colocación del estoque: en todo lo alto, señor Pérez, en todo lo alto. También Lucas Pérez lo acusa en su crónica de torero consentido de Madrid y de que la faena a ese quinto toro estuvo llena de cites fuera de cacho y de desplazamientos del toro hacia fuera; afortunadamente, ahí están las imágenes de Canal +: llevando siempre la muleta por delante no creo que haya mucha opción para el cite fuera de cacho; quedarse en el sitio para ligar el siguiente muletazo tampoco creo que sea torear ni citar fuera de cacho; y el desplazamiento del toro ni era hacia dentro ni hacia fuera, sino que el manso en sus arreones salía por donde Dios le daba a entender.


Zabala de la Serna, en ABC, escribe que recibió al segundo con lances prestos y garbosos, pero que la mansa embestida pasaba de largo y el torero le vaciaba el lance al viento. Pues me temo que esas verónicas de Curro puedan ser de las mejores que se vean en San Isidro (en artística competencia con las de Morenito de Aranda y las de Morante de la Puebla), porque se acoplaron perfectamente con la embestida mansa del toro: si hay mano baja y hay lentitud en la reunión, el toro está siendo embarcado y conducido, por mucho que salga suelto al final del lance. Así que las verónicas no se las dio al viento, ni tampoco se las llevará el viento de la retina de los buenos aficionados.


Pero dejo para el final los comentarios de Juan Posada en La Razón. Se permite decir que los toros de Valdefresno dieron muchas facilidades para hacerles el toreo artista a cargo, precisamente, de tres toreros catalogados así; que fue una tarde perdida a pesar de que las reses colaboraron. ¿Pero es que embistió por derecho alguno de los seis que saltaron al ruedo, alguno quería comerse la muleta, alguno seguía el engaño hasta donde le mostrara el torero, alguno demostró casta, fijeza, pujanza? Y sigue relatando que el primer toro que le tocó en suerte a Curro era bonancible y que la faena de muleta tuvo pretendidos visos artísticos, pero que no se descaró con tan buen toro. Pero, por si fuera poco, el segundo enemigo de Curro fue otro toro desaprovachado. Habrá que entender, entonces, que para el señor Posada, los mansos declarados y de libro, que no quieren saber nada de los engaños, son toros buenos y aprovechables. Con semejantes apreciaciones, también puedo entender que viera en la primera faena de Curro Díaz muletazos sin ajuste, separados del cuerpo y en línea. Las imágenes lo desmienten: todo lo que trazó el torero fue en círculo (entre otras cosas, porque él no sabe hacerlo de otra forma) y pasándose al toro muy cerquita. Le recomiendo igualmente a Juan Posada otra foto de Burladero que recoge uno de esos derechazos que él califica de despegados y en línea (¿cómo puede llegar un muletazo en línea hasta detrás de la cadera?).


Me cuesta trabajo entender todavía cómo determinados críticos echan por tierra una actuación más que digna, torerísima para mi gusto, que se hubiera saldado con dos cerradas ovaciones si no llega a emborronarla el torero con el mal uso del descabello. Disfruté de verdad viendo a Curro Díaz en Las Ventas a pesar de los mansos de Valdefresno que le tocaron en desgracia, más que en suerte. Me queda el buen recuerdo, me quedan las fotos y me quedan las imágenes del paso de Curro por San Isidro (ya que pude grabar la corrida). Lo que no conservaré son los recortes de prensa que me he detenido a comentar; ésos ya están en el lugar que se merecen: en la papelera.





                                                                  Miguel Vega, junio de 2008.

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HUBO  UNA  TARDE  EN  GRANADA…


Mientras cenábamos en el restaurante La Ermita, local perfectamente integrado en el edificio de la Real Maestranza granadina, comenté a mis amigos que escribiría algo sobre aquella tarde. Acababa de terminar la corrida, pero los sentimientos vividos a flor de piel estaban ya extrañamente asentados.


Las emociones fuertes se presentaron antes incluso de la hora de inicio anunciada para el espectáculo: una llamada al mediodía me alertaba de que los astados titulares de Vegahermosa eran desestimados en el reconocimiento y que en su lugar venía un encierro con el hierro giennense de Torrehandilla (seis hermosos toros que a la postre embestirían con mucha nobleza y arrastrando los hocicos por la arena). La consecuencia inmediata fue la renuncia a torear del director de lidia, El Juli, y el socorrido parte médico con el que Manzanares justificaba su ausencia de la feria de Granada. Únicamente Alejandro Talavante había decidido permanecer en el cartel. La gestión de las suplencias por parte de la empresa dejó mucho que desear, no obstante, nuestra motivación a la hora de elegir el cartel había sido que en él se encontraba anunciado el torero extremeño, así que, con redobladas razones acudimos  -o tuvimos el acierto de acudir- a la Monumental de Frascuelo.


¿A qué Talavante veríamos en Granada? El enigma se planteaba en téminos absolutamente admisibles, ya que el día de San Isidro, en Madrid, el torero se había mostrado como una especie de fantasma de sí mismo, sin reaccionar en ningún momento de la corrida, aislado de todo y de todos: una actuación, sin duda, decepcionante. Sin embargo, el gesto de aparecer en la arena vestido de grana y oro sin importarle para nada el cambio de ganadería (los de Torrehandilla subían todos de quinientos cincuenta kilos de peso) era bastante alentador para nuestros deseos de encontrarnos con el Alejandro Talavante de las grandes faenas y de la excepcional personalidad que solía exhibir en todo lo que hacía en el ruedo.


Salió el segundo de la tarde y la capa de Talavante lo acarició con verónicas a pies juntos; el toro pareció entender, y el temple y la suavidad se adueñaron de su embestida hasta perder la vida atravesado por el estoque del torero que lo había conducido a cámara lenta, con una inexplicable parsimonia, en naturales interminables, en pases de pecho sin enmendarse y en remates por bajo desmayados en los que vaciaba su propia alma. Sentados en las filas de piedra del tendido 9, nos mirábamos entre incrédulos y felices. En ese mismo estado de trance, de comunión íntima con el animal al que lidiaba, afrontó su segunda actuación. Únicamente marró con el descabello (ocho o diez  pinchazos, no recuerdo), tras otra sinfonía en tempo lento con capote y muleta, lo que difuminó el premio de las dos orejas trocándolo por una ovación entregada desde los medios (qué estampa de espalda arqueada, de pies firmes y capote en la cadera). Habíamos presenciado una tauromaquia lírica, no épica; una tauromaquia preñada de delicadeza, pero, al mismo tiempo, de mando; una tauromaquia orientada a la fantasía, aunque el trapío de los cornúpetas le rozara la taleguilla en cada embestida; una tauromaquia inspirada, en la que no hubo probaturas ni rectificaciones y cada uno de los lances y muletazos constituían de por sí una obra artística. Se le veía feliz en su salida a hombros, no era para menos.


Al terminar la cena, en la que apenas intercambiamos algunos comentarios sobre lo presenciado en el ruedo, tuve la certeza de que cada uno de los que compartíamos mesa y mantel sacaría a relucir en futuras conversaciones distanciadas en el tiempo, que hubo una tarde en Granada en la que Talavante toreó como en un sueño a dos formidables animales que rondaban los quinientos ochenta kilos. Que no obtuviera un mayor número de trofeos y que, por tanto, no hubiese alcanzado la repercusión que merecía en la prensa especializada no importaba demasiado, porque a los que tuvimos la fortuna de estar sentados en los tendidos se nos reveló particularmente todo el misterio que encierra el toreo.





          Miguel Vega, mayo de 2008.


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CARTA  ABIERTA  A  CURRO  DÍAZ


A  PROPÓSITO  DE  LA SIGUIENTE  PUERTA  GRANDE



Admirado torero:


Imagino lo que habrás sentido al ver cómo la Puerta Grande de la plaza de Madrid se abría ante ti en reconocimiento a tu toreo este 29 de Abril. A tu magnífico y singular toreo.


Y acierto a imaginarlo porque te escuché hablar con toda franqueza ante un puñado de aficionados en la peña taurina Tercio de varas –en aquella tertulia en la que comparé tu tauromaquia con la poesía jonda de García Lorca- acerca de aquel toro del Cura de Valverde en la tarde de tu confirmación en Las Ventas, y de cómo te la jugaste a cara o cruz (sentías que podría tratarse de tu último toro). Recuerdo muy bien tus palabras que expresaban o que reconocían el haberte olvidado completamente del cuerpo durante esa faena; fue estremecedor.


También recuerdo la fea cogida que sufriste en una tarde de la Feria de Linares, en la que alternabas con Enrique Ponce y El Juli, y en la que una amiga que se sentaba por primera vez en los tendidos de una plaza quedó pálida porque creyó que el toro de Algarra había acabado contigo –afortunadamente, pude tranquilizarla unas horas después-.


Recuerdo con extraña nitidez una corrida infumable de Carmen y Araceli Pérez en Baeza. Serafín Marín coqueteaba disimuladamente con una joven rubia que ocupaba una barrera dos asientos más a mi izquierda, mientras tú te acodabas en las tablas con una expresión de rabia, de amargura o de desilusión tras haber lidiado el lote que te había correspondido –y me parece escuchar todavía la voz de María Callas en el coche, al regreso a Linares, con un incandescente disco rojo sobre los olivares-.


Y recuerdo las imágenes de la lluvia en esa corrida de Octubre que terminó anegando el ruedo de Las Ventas y en la que tu subalterno  Valentín Rivas acabó con la nariz rota después de ser arrollado por uno de los desrazados toros de Antonio San Román.


Por tantas y tantas cosas –supongo que tú podrías dar cuenta de muchas más- creo poder imaginar lo que sentiste cuando llevaron a tus manos las dos orejas castañas de Jarito. Pienso que no me equivoco al considerar que en ese preciso instante, mientras mostrabas ambos apéndices al público, te habías convertido en torero de Madrid, una plaza que a lo largo de estas cuatro últimas temporadas te había visto dar dos vueltas al ruedo y cortar una oreja ante encierros de saldo, a contraestilo, en fechas marginales e incluso dejándote fuera de San Isidro durante dos años consecutivos.


Pero Madrid estaba huérfana de toreros artistas… hasta tu revelación en el ruedo de Las Ventas. Desde la retirada de los dos Curros, Romero y, sobre todo, Curro Vázquez, nuestro paisano que fue el predilecto de la plaza madrileña durante tantos años, la afición venteña no había encontrado un sucesor que representara ese toreo de corte artístico, de sabor y duende. Los fracasos de Finito de Córdoba; el fiasco de Morante de la Puebla en su encerrona ante seis toros –que no fue otra cosa que una rabieta provocada por el desplante de Sevilla-; la decepcionante evolución del toreo de Antón Cortés; la desaparición en el escalafón, por los siglos de los siglos, de Julio Aparicio, han contribuido a ese vacío estético en el corazón del aficionado madrileño.


Sin embargo, el domingo 29 de Abril, Las Ventas ha coronado por fin a un nuevo artista de la torería, y ese artista eres tú, Curro, que no te quedará otra alternativa, a partir de ahora, más que la de volver a abrir esa Puerta Grande las veces que sean precisas, cuando las circunstancias sean propicias y los carteles y las ganaderías lo permitan –esperemos que tu primera Puerta Grande sirva para eso, para ocupar otros puestos en las corridas que se programen en el futuro en el coso venteño-.


Inmediatamente viene la de Cuadri, pero aunque ninguno de los dos toros te sirva dará ya igual: todos los que asistan esa tarde a Las Ventas sabrán que está anunciado en el cartel el torero artista que le venía faltando a Madrid desde hace tiempo: Curro Díaz.





Miguel Vega, Mayo de 2007.  


  
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EL DISCÍPULO CONTRA EL MAESTRO


23 de Abril: día del libro. En fecha tan literaria, Morante de la Puebla arrebata en la Maestranza con una tarde de sombras y luces –qué premonitorio su vestido caña y oro con remates negros- y Alejandro Talavante se consagra abriendo la Puerta del Príncipe. Ya son dos los toreros que han traspasado el umbral de la gloria en este ciclo de Abril: Talavante y el Cid. Y dos las salidas a hombros de Alejandro en las primeras plazas del orbe taurino: Madrid y Sevilla. Así están las cosas en este inicio de temporada: espadas en alto el Cid y Talavante. Y al rojo vivo, incandescente, se nos avecina el Mayo isidril.

¿Adivinan los aficionados quiénes son el discípulo y el maestro a los que alude el título de este artículo? El discípulo es Alejandro Talavante y el maestro, su maestro, no es otro que José Tomás. Me da la impresión de que el diestro de Galapagar no ha elegido muy bien el momento de su reaparición. Después de varios años de oscurantismo en el escalafón , en los que su figura se agigantaba temporada tras temporada, decide volver a los ruedos este año de 2007, pero además decide hacerlo en Junio, desmarcándose de los compromisos de la Maestranza y de las Ventas. Y con dos toreros en pie de guerra, jugándosela de verdad –aquí se podría incluir también a Castella, aunque su toreo es de menos quilates-; sobre todo Talavante. ¿Cómo estará valorando el maestro José Tomás estos primeros compases del presente curso taurino? Sería interesante conocer lo que pasa por su cabeza asistiendo a los triunfos abrumadores de Alejandro Talavante. Talavante se ha forjado mirándose en el espejo de José Tomás; incluso su carácter reservado, ensimismado, indescifrable se asemeja con bastante fidelidad a la personalidad del madrileño –recuerdo que cuando escuché la voz de Talavante por primera vez en una entrevista a pie de patio de cuadrillas, creía que era José Tomás el que hablaba-. El problema es la ambición: Alejandro saldrá a las plazas con el ansia de triunfo del que empieza, mientras que José Tomás ya lleva tras de sí una leyenda y aún no sabemos si sabrá estar a la altura de esa leyenda cada vez que haga el paseíllo. El discípulo puede robarle los éxitos y el protagonismo al maestro. O tal vez la presencia de Talavante suponga para el de Galapagar el estímulo definitivo que le haga dar el paso adelante –con todas las consecuencias- para recuperar su trono.


Qué empresario no querrá encartelar a José Tomás con Alejandro Talavante a lo largo de esta temporada –junto con el Cid, conformarían el cartel del año-; sería una competencia a sangre y fuego. Pero, ¿accederá el maestro a entrar en una terna con su discípulo? ¿Veremos sus nombres anunciados juntos antes de que concluya el año en las ferias de Zaragoza y Jaén? ¿Soportará el maestro el empuje irrefrenable del joven Talavante? Incógnitas que todos los devotos de la tauromaquia ardemos en deseos de ver resueltas.



Miguel Vega, Abril de 2007. 


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CURRO  DÍAZ,  TORERO  LORQUIANO



He vuelto a releer este invierno el Poema del cante jondo que escribiera Federico García Lorca hace ahora exactamente setenta y cinco años. Los poemas siguen mostrándose indemnes, al igual que el arte al que están consagrados: el cante flamenco. El flamenco puro continúa perdurando en nuevas voces a lo largo del tiempo; del mismo modo, el arte del toreo pervive prístino en el alma, en la cintura y en las muñecas de nuevos matadores. Curro Díaz es uno de ellos.


El interés de García Lorca por el mundo del cante jondo viene desde sus mismas raíces familiares; es desde siempre una de sus pasiones personales. Promueve en Granada, junto a otros amigos, la idea de un concurso de cante a nivel nacional. Esa idea, que se propaga al principio de manera informal, acabará siendo acogida por una entidad pública granadina, el Centro Artístico, apadrinada ya por la máxima autoridad musical de la ciudad, el compositor gaditano Manuel de Falla. Se plasma, por tanto, el proyecto de un Concurso Nacional para el verano de 1922. Y Lorca comienza a trabajar en su Poema del cante jondo con la intención de tenerlo listo para la fecha del Concurso. Falla también se entusiasma con el libro que está escribiendo su joven amigo, de hecho llega a decidir en el programa una lectura del propio Lorca dentro de las sesiones de dicho Concurso. No es de extrañar este entusiasmo de Falla hacia la obra de García Lorca, ya que ésta se adentraba en un mundo que Falla había tratado ya en La vida breve y en El amor brujo: el mundo gitano. Lo cierto es que el poeta granadino tiene prácticamente perfilado su poemario a inicios de 1922, ya que, como prólogo a la inauguración del Concurso, se organiza un recital en el hotel Alhambra Palace donde lee algunos poemas y se acompaña a la guitarra por Manuel Jofré y Andrés Segovia. El, por entonces joven, guitarrista linarense interpretó unas soleares a la conclusión de la lectura. El deseo de Lorca era publicar el Poema del cante jondo coincidiendo con la celebración del Concurso de Canto Primitivo Andaluz, como le gustaba a Falla llamar al cante jondo. Sin embargo, no llega a concluirse ese proyecto de publicación y habría que esperar hasta el año 1931 para que el libro saliera a la luz pública. Hubo algunos intentos posteriores de edición, como el ocurrido en 1926, cuando Emilio Prados le pidió varios manuscritos originales para su revista malagueña Litoral, pero tampoco le llegó el turno en esta ocasión al Poema del cante jondo. A partir de esta fecha, se irán publicando entonces varias secciones del libro (Viñetas Flamencas, El Gráfico de la Petenera, La Baladilla de los Tres Ríos…) en diversas publicaciones, para concluir finalmente en la edición completa de 1931, en forma de libro y con el texto definitivo del poeta.


He vuelto a esos versos lorquianos, tan flamencos, tan misteriosos, tan trágicos, porque he visto torear a Curro Díaz; y porque intuyo que su toreo se emparenta con aquella poesía de Lorca. En estas dos últimas temporadas nos hemos encontrado con un torero distinto, verdaderamente profundo y aflamencado. Profundo por su concepto: por su lentitud en la ejecución de las suertes, por su colocación ante el toro, por la longitud del trazo en cada pase. Aflamencado por su aroma: por la composición de su figura, por la arrebatadora plasticidad de sus remates, por su abandono de condición casi mística cuando hay entendimiento con el animal bravo. El libro que publicó García Lorca en 1931 es, como hemos mencionado antes, misterioso y trágico. El toreo de Curro Díaz es un toreo de cante jondo, porque flamenco y toreo mantienen una correspondencia incuestionable.


Vamos a tratar de revelar, en la medida de lo posible, esa afinidad apuntada entre el toreo de Curro y la poesía de Lorca. Podríamos comenzar hablando del pasado, de los tiempos antiguos, y también del rito. Tanto García Lorca como el compositor gaditano Manuel de Falla aseguraron en sus estudios sobre el cante jondo que se trataba de un canto puramente andaluz, ya existente en germen en esta región antes de que los gitanos llegaran a ella en el siglo XV en su peregrinación desde la India hasta Europa –después, estas gentes fundirían los viejísimos elementos nativos con sus viejísimos elementos orientales para crear lo que más tarde llamaríamos cante jondo-. Y Curro es un torero esencialmente andaluz. Es el mismo sentimiento de ese cante jondo andaluz el que impregna no sólo su toreo, sino su modo de ser y de estar en la plaza, su personalidad y su carácter una vez que se enfunda en el traje de luces. Salta al ruedo, entonces, un torero antiguo, en el más plausible sentido del término; un torero milenario, poseedor de esa vieja esencia, de ese sagrado sentimiento –porque hay una firme ilación con lo religioso, ya trataremos de esto más adelante-. Hay unos versos de Lorca en el “Poema de la saeta” que inciden en esos matices antiguos del flamenco –y del toreo, podemos añadir nosotros-:



Anchos sombreros grises,


largas capas lentas.


Vienen de los remotos


países de la pena.



Se diría que el poeta granadino escribió estos versos inspirándose en el mundo del toro. Esas “largas capas lentas” nos evocan los lances rosados del capote, con esa lentitud melancólica – de los “países de la pena”, dice Lorca- propia de los artistas. Y es que, tanto en el cante como en el toreo, la lentitud implica tristeza, una pena solemne y ancestral. Y nos adentramos aquí, al emplear las palabras solemne y ancestral, en la cuestión del rito. Opinaba Lorca que el cantaor, al interpretar, celebraba un rito en el que surgían en su interior las viejas esencias dormidas y las lanzaba al viento envueltas en su voz. Ese es el sentido religioso, ritual, del canto. Asimismo, definía a los cantaores como gente extraña y sencilla al mismo tiempo, ya que podían alcanzar un estado cercano a la alucinación mientras desarrollaban su arte. De esta manera lo expresaba el poeta: “Cantan alucinados por un punto brillante que tiembla en el horizonte”. Esta transformación de la persona en el artista también tiene lugar en el torero, fundamentalmente en el torero de corte artístico, el de inspiración. Y suele ocurrirles mayormente a estos espadas porque son ellos, únicamente ellos, los que conciben la Fiesta como un rito, como una ceremonia, y no como un simple espectáculo. Sospecho que todo buen aficionado piensa de la misma manera; entiende la tauromaquia como un ritual sagrado, como una celebración de la vida y de la muerte. Y con esa trascendencia afronta Curro su oficio; sabiendo del riesgo de la cogida, pero también de la magia del toreo puro cuando acontece. Por esto Curro Díaz es un torero ceremonioso, no hay más que verlo dar una vuelta al ruedo, o colocarse para un cite, o recoger una ovación, o llevar al toro al caballo –suerte que es una delicia para el aficionado de fino paladar si se hace con la sabiduría y la suavidad que requiere-, o exponerse a la cornada con el toro incierto –Curro desconoce en el ruedo el significado de la palabra ventajista-. Recuerdo el percance tan espeluznante sufrido en la Feria de Linares de 2004; después de que entrara en la enfermería, en la plaza quedó un silencio espeso, infausto. Antes fue el ¡ay! trágico, como escribiera Lorca en otro de sus poemas:



El grito deja en el viento


una sombra de ciprés.



La amenazante sombra de un ciprés, es decir, la presencia de la Muerte rondando por el coso. De ahí que esta Fiesta no sea un mero espectáculo ni un deporte, es un rito porque la muerte está presente: la muerte admitida del toro y la imprevista del matador. Y también lo es porque el público participa de ese rito. Al igual que en el flamenco, en la tauromaquia el pueblo anima y premia a los toreros –cantaores y tocaores, en el caso del flamenco- con gritos y voces cuyo origen se encuentra en antiguos ceremoniales de Oriente –es lo que hoy conocemos como jalear-. No hay duda: el cante y el toreo son ritos.

También son artes, porque tienen la facultad de traslucir emotividad, de provocarla en los que lo ven o lo escuchan. Refiriéndose a la voz humana del artista jondo, decía Lorca: “La frase melódica va abriendo el misterio de los tonos y sacando la piedra preciosa del sollozo, lágrima sonora sobre el río de la voz”. La emotividad del cante da lugar a la lágrima, pero es una lágrima de dicha, de felicidad, como la que nos humedece los ojos cuando presenciamos una faena arrebatada, lenta e inspirada. Esa fuerza emotiva va ligada a la melancolía –a la lentitud y la profundidad en el terreno taurómaco-, y a todos los que sentimos ese arte, trátese del cante o del toreo, dicha melancolía se nos convierte en un llanto íntimo de una manera secreta e irresistible. Unos versos del “Retrato de Silverio Franconetti” nos hablan de esto:


Su grito fue terrible.


Los viejos


dicen que se erizaban


los cabellos


y se abría el azogue


de los espejos.


Pasaba por los tonos


sin romperlos.



García Lorca nos cuenta el efecto que causaba la voz de Silverio en el cante: se erizaban los cabellos, se abría el azogue de los espejos. Los espejos se rompían, pues, ante el potente quejío del cantaor, y su emotividad erizaba los cabellos de quienes lo escuchaban. A mí, personalmente, se me erizaron los cabellos viendo el inicio de faena de Curro Díaz en el San Isidro de 2004. La emotividad fue tal que se produjo a pesar de la pantalla; intuyo que si lo hubiese presenciado en Las Ventas en lugar de seguirlo por televisión, mis ojos se hubiesen anegado de las lágrimas de ese llanto íntimo antes aludido. El toreo de Curro es arte, además de rito.  


Habrá, entonces, que mencionar a la inspiración, concepto que podríamos definir como creatividad, como improvisación feliz y armónica y que en el toreo viene a manifestarse principalmente en los remates. ¿Existe un torero en el escalafón actual, exceptuando a Morante de la Puebla, que ejecute los remates con mayor inspiración que Curro Díaz? Pero, antes de proseguir, deberíamos aclarar cuál es la función del remate; por qué y para qué se realiza. Regresemos un momento al cante jondo, que también incluye estos adornos, y escuchemos las opiniones de Manuel de Falla al respecto:


“Aunque la melodía gitana es rica en giros ornamentales (es decir, en elementos de adorno), éstos, lo mismo que en los cantos primitivos orientales, sólo se emplean en determinados momentos como expansiones o arrebatos sugeridos por la fuerza emotiva del texto”.


Sin duda, es la misma idea que podemos hacer extensible al remate taurino: tras una serie de pases profundos, emotivos, viene la culminación, la liberación en forma de adorno, que pone el punto y final a ese conjunto de lances o de muletazos; en ese momento surge el chispazo de inspiración, justo cuando es necesario, cuando es preciso, ni antes ni después. Y Curro es un maestro del remate artístico: la composición de su figura, la armonía de sus movimientos, son equiparables a una danza, una danza que brota espontánea y jonda. Titula García Lorca un poema concretamente así, “Danza”, del cual recogemos estos versos:



Y en la noche del huerto,


sus sombras se alargan


y llegan hasta el cielo


moradas.


Sitúa Lorca el baile flamenco en la noche, a la luz del fuego, como si se tratase también de un ritual, y las sombras se alargan porque las figuras de los bailaores parecen estilizarse en la danza. Finalmente, alcanzan el cielo porque ya no son criaturas terrenales, se dirían transformadas, a través de su arte, en seres divinos. Es el rapto de inspiración, como si el artista decidiera abandonarse y olvidarse de sí mismo; no nos extraña, por tanto, que muchos toreros hayan confesado que durante sus mejores faenas han llegado a olvidarse del cuerpo. Esto mismo creí yo apreciar en los pases de pecho de Curro en la plaza de Jaén en la pasada Feria de 2005, o en el molinete de la faena de Linares de ese mismo año,o en los cambios de mano en el verano barcelonés –uno de ellos, por cierto, quedó convertio en cuadro-, o en ese maravilloso remate dejando el capote a una mano, el cual felizmente ha quedado fijado en una fotografía que puede admirarse en una de las paredes de la peña taurina “José Fuentes”, en Linares. Yo me atrevería a calificar de idóneo el lugar donde se ha colgado esa fotografía; en la casa de su maestro, del maestro Fuentes, otro torero de cante grande del que Curro, como todo admirador sincero, ha aprendido tantas cosas.


Pero regresemos a la poesía de Lorca y a su aspecto más trágico. Escribe en el poema “Puñal”:



El puñal


entra en el corazón,


como la reja del arado


en el yermo.


No.


No me lo claves.


No.



Esas navajas del Poema del cante jondo entrando en la carne para que se escape la vida por las heridas, son el equivalente a las astas del toro en el mundo también misterioso y trágico de la tauromaquia. Curro ha sufrido cogidas pavorosas –antes mencionamos la de Linares en la Feria de 2004-, pero también ha escapado milagrosamente de muchas –baste recordar la tarde angustiosa de los Cuadris en la Feria de Abril de Sevilla de 2005-. Esa tarde de Sevilla cuadraba perfectamente con los versos que escribió el poeta granadino en “Encrucijada”:



La calle


tiene un temblor


de cuerda


en tensión.



Si sustituyéramos “La calle” por “La Maestranza”, el poema definiría perfectamente lo que sentimos aquel espléndido día de primavera; olía a cogida desde que salió el primer toro. Por fortuna, Curro salió ileso.


Para Lorca, el patetismo era una de las características más pronunciadas del cante jondo. Él lo expresaba así: “El andaluz o grita a las estrellas o besa el polvo rojizo de sus caminos”. Esto es, el cantaor lo apuesta todo: o alcanza lo sublime o se quiebra en lo ridículo. De la misma manera se comporta Curro Díaz ante los toros: o consigue darles los muletazos que él siente, o se juega la cornada. No hay medias tintas. Al igual que en la poesía flamenca de Lorca, la belleza y la tragedia van hermanadas, una está a un paso de la otra. No es Curro un torero fingidor, como se comprobó de modo escalofriante en la tarde de Sevilla; o como demostró en la Feria de Linares de 2005, cuando realizó la más bella faena del ciclo –faena de dos orejas que emborronó con la espada- después de sufrir un pitonazo en la barbilla lidiando a su primer enemigo.


Esta es la singularidad del toreo de Curro Díaz: es un toreo jondo, artístico, y a la vez preñado de patetismo trágico –como ocurrió el 12 de Octubre en Madrid, bajo la lluvia-, por este motivo lo hemos relacionado con la poesía de García Lorca, y lo hemos calificado, al inicio de esta conferencia, de torero lorquiano. Asimismo, Curro es un torero misterioso; queremos decir que es dueño de un misterio. Cuando acudimos a la plaza a verlo, desconocemos hasta dónde alcanzará su arte cada tarde. Su capacidad con los toros crece de una a otra temporada, y su enjundia se asolera en cada ocasión que viste el traje de luces. Ignoro a día de hoy si Curro Díaz seguirá siendo un torero de culto o fraguará en uno de los grandes –para ello, a mi entender, tendrá que afinar con el acero y concederle más protagonismo al capote, ya que cualidades artísticas le sobran para manejarlo como los elegidos-, en cualquier caso, es una bendición para los aficionados a la Fiesta que en estas dos últimas temporadas se haya revelado un torero como él. Un torero con unas formas estilistas de concebir la lidia de un toro, con una inspiración especial asentada en la despaciosidad, en la plasticidad, en el empaque…, un torero que se ajusta las embestidas de los astados en tal medida que en cada pase los pitones pasan suavemente muy cerca de su vestido como dos afiladas navajas, un torero que irremediablemente irá ganando fieles adeptos por cualquier punto del mapa taurino. Lástima que no exista hoy un García Lorca que pueda escribir versos tan solemnes sobre la belleza de su toreo.







      Miguel Vega, 6 de Enero de 2006. 


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VOLVER  A   SER  CURRISTA



La temporada de 2005 ha llegado a su final, tras los días lluviosos sobre el ruedo de la plaza de Jaén. Se aposenta un Otoño borrascoso y frío –y deseemos que las nubes perduren en esta estación, y que sigan mojando los campos que han de recorrer los toros bravos- que nos recoge en la placidez del hogar, que nos anuncia la llegada de un invierno propicio para la lectura, para la reflexión y el recuento sereno –con la debida y necesaria distancia temporal- de lo que ha dado de sí el año taurino.


Cada uno hará su propio balance: los matadores de su campaña, los empresarios de sus beneficios y posibles pérdidas, los aficionados de lo que han podido ver o, en su defecto, leer en la prensa taurina. Cada cual sacando sus propias conclusiones, preservando en la memoria aquellos momentos dignos de destacarse y a la vez encarando una nueva ubicación para la temporada siguiente. Yo, como mero aficionado, también medito en el Otoño sobre las emociones reales, intensas, que me ha deparado este año 2005 rematado en Jaén. Y la mayor satisfacción ha sido certificar ese anhelo que ya me rondaba en el 2004, pero que este año se ha visto confirmado: la oportunidad de volver a decir soy currista.


Retirado Romero, el longevo Romero que parecía haber pactado con el diablo una perenne juventud (o una espléndida e inagotable madurez, como ustedes prefieran); y cuando el otro Curro, el Curro de Madrid –a pesar de ser de Linares-, se cortó la coleta al final de la temporada de 2002 en Vistalegre, donde comenzó, parecía que la expresión ser currista había perdido ya toda validez, su razón de ser en el estado actual del planeta taurino. Se nos antojaba a los aficionados que había pasado a tratarse de una expresión condenada únicamente al registro en las enciclopedias y en los libros de tauromaquia, como otro vocablo más destinado a enriquecer el acervo lingüístico de esta singular cultura del toro, como una nueva pieza de museo ya completamente en desuso.


Pero ha surgido alguien para contradecirnos. En la pasada campaña de 2004, con sólo doce corridas toreadas, y en ésta de 2005, en la que ha sumado diecinueve festejos, Francisco Díaz Flores, Curro Díaz, se ha hecho presente para desempolvar nuevamente esas mágicas palabras y darnos la posibilidad de proclamarnos otra vez curristas.


Porque el toreo de este joven Curro –joven, pero asolerado- se ajusta perfectamente a las connotaciones de lo que los taurinos siempre habíamos entendido por currismo, más allá del sentido literal de partidarios o seguidores de Curro. Nos referimos a unas formas estilistas de concebir la lidia de un toro, a una inspiración especial asentada en la despaciosidad, en la plasticidad, en el empaque… a un toreo de cante grande, porque es un toreo aflamencado; singular, porque tiene un sello propio que lo hace distinto. Todo esto que prodigaron los dos Curros anteriormente citados en muchas de sus actuaciones, lo viene apuntando Díaz en estas dos últimas temporadas: ese perfume misterioso de sus maneras, la trascendencia de cada muletazo, el éxtasis liberador de un remate. Curro Díaz añade, además, un componente trágico a su toreo jondo: el dramatismo de su valor. Se ajusta mucho las embestidas de los cornúpetas, tanto es así que en cada pase los pitones pasan suavemente muy cerca de su vestido como dos afiladas navajas. Curro es un torero lorquiano. La belleza y la cogida pueden aflorar indistintamente en sus faenas.


Ni siquiera veinte corridas ha toreado el diestro linarense en esta temporada recién concluida. Sin embargo, no pocos aficionados sabemos de su torería excelsa, y no creo equivocarme si afirmo que en el 2006, a poco que le rueden las cosas, el currismo –que ya es, que ya existe- irá ganando fieles adeptos por cualquier punto del mapa taurino.

 



Miguel Vega, 23 de Octubre de 2005. 


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