La fiesta de los toros no es un espectáculo al uso, su grandeza radica en ser un trance entre la vida y la muerte.

miércoles, 22 de mayo de 2013

QUE VUELVA CURRO


Por favor, que vuelva pronto Curro Díaz a la plaza de Las Ventas, aunque le piten. Quiero verlo de nuevo haciendo el paseíllo en Madrid. Aunque el sector más recalcitrante de los tendidos madrileños le recrimine por “quedarse fuera de cacho” para ligar las series, por “no dar el paso adelante”, por no sacar “mayor partido” de unos toros que, al parecer, eran de bandera (sobre todo, a juicio de los entendidos, el primero de su lote).
Pero, ah, amigos aficionados, yo quiero que vuelva. Quiero que vuelva porque no volverán a verse muletazos como los suyos en todo el ciclo isidril. Me refiero a muletazos de una belleza descomunal, de un compás indiscutiblemente aflamencado, de un embrujo tan perfumado como el bálsamo del sándalo en las danzas consagradas a Shiva.
Se sucederán, a lo largo de San Isidro, lances y pases más o menos lucidos, arriesgados, temerarios, poderosos, inesperados, meritorios, infumables, emocionantes, improvisados, gallardos, pero sin rozar siquiera la naturaleza arrebatadora del puñado de muletazos que Curro tuvo a bien interpretar la tarde del 13 de mayo.
Esos muletazos de Curro Díaz (como ocurría con las golondrinas de Gustavo Adolfo Bécquer en su famosa rima), esos, no volverán.
  

                       Miguel Vega, 20 de mayo de 2013.

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